sábado, 16 de junio de 2012

Recordando a Doña Luisa.



No es la marca de chicha (bebida típica de Centro y Suramérica) y suena tan común el nombre que cualquier venezolano podría escogerlo como título para un texto, pero resulta que hoy, 16 de junio de 2012, estoy recordando a Doña Luisa Cristina Barreto de Álvarez, desaparecida físicamente hace 16 años, justo dos días después de mi décimo sexto cumpleaños.

...Y ustedes se preguntarán ¿por qué hablar de ella en un blog? Bueno... la verdad es que hablar de Luisa Cristina es hablar de la venezolana del siglo XX. Nacida en 1917, en la ciudad aragüeña de Villa de Cura, antigua capital de ese estado venezolano, Doña Luisa fue una típica representante de las damas de su época, criada bajo estrictos cánones de moralidad y buenas costumbres, y que pintorescamente para nosotros hoy en día, usaba un baúl para guardar sus prendas de vestir y otros objetos de uso personal. 

Casó joven con quien sería su esposo para toda la vida, Don Francisco Álvarez Rodríguez y con quien tuvo 11 hijos de los cuales sobrevivieron nueve, Zenaida, Francisco, Eyra, Letty, Eleazar, Holanda, Amarilis, Nelson y Luisa Cristina.

Con una situación económica bastante cómoda, pues Francisco se dedicó exitosamente al comercio, Luisa Cristina pudo darle a sus hijos una excelente educación, no solo académica sino moral, ayudada también por cargadoras que se encargaban de algunos de sus hijos a fin de que no se volviera loca con esa muchachera, ja ja ja.

La mayoría de sus descendientes le dieron nietos, 16 para ser exactos y creo que hablo por todos cuando digo que la queríamos y respetábamos mucho. De ella manaba un rico perfume, que no era el típico de abuelita, mi abuela olía a persona limpia, recién bañada je je je. El frescor de su casa y del apartamento al que se mudó tras morir mi abuelo, era característico. Los muebles que mezclaban lo antiguo y moderno hacían de su hogar un lugar extremadamente acogedor y los aromas de la mañana tempranito, del mediodía o por la noche, eran para agradar a cualquier nariz y paladar. Las reuniones de toda la familia junto a ella eran momentos tremendamente especiales.

Recuerdo con especial amor y añoranza, el café con leche y bollitos con anís dulce que preparaba para el desayuno, la crema de espinacas con queso parmesano para algunos almuerzos y el delicioso carato, único en su especie, pues ni Armando Scanonne le llega a su receta y eso es ya bastante decir.

Sentíamos su inmenso amor con pequeñas y cotidianas frases como "¿estás fresquito como una lechuga?", que la decía a sus nietas y nietos cuando salían de bañarse o su agrado al recordar como uno de mis primos comparó una vez su largo cabello suelto (siempre lo tenía recogido en un moñito salvo para dormir), con un "rabo de gato".

En sus últimos años, admiré su gusto por la lectura y la acompañé en alguna ocasión en sus caminatas para "bajar la comida" después de almuerzo. Cuando murió, dejó un profundo vacío entre todos nosotros aunque su remembranza todavía nos une en días como hoy cuando parte de la familia asistirá a una misa en su memoria.

A ti abuelita, dedico estas palabras, que resultan pocas para describirte y homenajearte. Te quiero mucho. descansa en paz.

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